miércoles, 6 de octubre de 2010

¿Y tú quién eres?

Pongámonos en situación. Un joven, de esos que se encuentra entre el 40% de paro por haber nacido posterior a grandes guerras o dictaduras, se sienta con su mejor traje, el que le han dicho sus padres que le dará confianza, delante de una gran mesa de diseño. Detrás de ésta un fumador de puros empedernido mira con desprecio esos folios que resumen los logros y aptitudes de tu corta pero esperanzadora vida.
Cinco minutos más tarde está saliendo de esa inmensa estancia traspasando la barrera de humo que impregna tu traje. Ya sabe que tendrá que ir a la tintorería si no quiere que le confundan con una hoguera en movimiento.
Pero seamos sinceros, nunca nos entrevistaría el fumador. Cuando el joven está en un pasillo con la legión de trajeados compañeros de demandantes de empleo que te miran con cara de “voy a rebajarme tanto que jamás sabrás qué es lo que significa trabajar aquí”, le abrirá la puerta del despacho de entrevistas algún joven de recursos humanos que como él, pasó exactamente lo mismo hace unos meses pero con una diferencia clave;  ya está dentro. Eso le convierte en parte del sistema y por lo tanto su empatía hacia el entrevistado es la misma que podría tener hacía el bolígrafo de empresa con el que tacha tu nombre de la lista.
Cuando el joven vuelve a casa y ven su cara de “me han dicho que me llamarán pero sé que no es así”, su familia le consuela con “bueno, ya tendrás más suerte la próxima vez”. Suerte. Estudios superiores, master, dominio de idiomas, de herramientas de informática, de diseño, un nivel cultural superior a la media nacional y predisposición a ser pisoteado con el fin de poder trabajar. Sin embargo lo necesario es suerte.
Éste no es mi caso (todavía), pero sé que tengo muchas probabilidades de que lo sea. Es evolución natural. El hombre nace, crece, estudia más que todas las generaciones anteriores juntas, pero no está lo suficientemente preparado. El dictamen de pantocrátor del empresario de mediana edad casi sin estudios pero con un ego mayor que la longitud de su cinturón, choca contra nuestras aspiraciones laborales. 
Ahora es cuando debería dar una solución al problema. Soltar con confianza la lección aprendida y cambiar mi destino con palabras rimbombantes. Pero no creo que sirva de mucho decir “confía en tu esfuerzo, innova, se creativo, adáptate a lo que te venga, adelántate a los cambios, supérate a ti mismo…”. Y no lo creo por la sencilla razón de que esos problemas seguirán estando ahí. Problemas estructurales creados por aquellos a quienes más les beneficia. Yo no soy un posible empleado, soy un nombre. No soy innovador, soy un traje. Y sobre todo no soy un experto, soy un desconocido.  Mira, puede que al final si que haya podido sacar una conclusión. Búscate tus propios enchufes, sé el novio, el sobrino, el amigo o el compañero de sauna, pero no seas nadie o te acabarán preguntándote cuando te arrastres por un empleo “¿y tú quién eres?”.


1 comentario:

  1. Deja que destaque algo de lo que escribes:

    "(...) le abrirá la puerta del despacho de entrevistas algún joven de recursos humanos que como él, pasó exactamente lo mismo hace unos meses pero con una diferencia clave; ya está dentro."

    Eso es, como la Rueda de la Vida hindú. Para romper la tendencia sólo tenemos un arma: nosotros mismos y lo que queramos hacer con nuestras vidas.

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